La elección de una nueva conducción de la Confederación General del Trabajo (CGT), encabezada por el principal dirigente del gremio de los Camioneros, Hugo Moyano, confirmó la división que sufre la principal organización del gremialismo argentino. Moyano, hasta no hace mucho uno de los principales aliados del Gobierno nacional, se ratificó con esta designación como una piedra opositora de la gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La otra cara del nuevo mapa sindical lo conforma un grupo de grandes gremios, muchos de ellos de matriz industrial, cuyo rostro visible es el metalúrgico Antonio Caló, quien se ha propuesto armar una CGT afín a la administración y al modelo económico.

No es la primera vez que "la columna vertebral del movimiento" -como lo había bautizado Juan Domingo Perón a la hora de describir una de sus creaciones más perfecta-, se fractura en dos. La CGT fue históricamente una superestructura de acumulación de poder que sobrevivió casi indemne a los graves problemas que afrontó la Argentina en los años 90 y comienzos del siglo XXI. Ha sido funcional a los gobiernos de signo peronistas y contracara tenaz de las gestiones de otros partidos. La representación que ejerce en nombre del movimiento obrero le ha conferido un gran peso en la balanza de las relaciones políticas con el Poder Ejecutivo, pero este cisma debe entenderse más como un reacomodamiento interno en el entramado que es el peronismo hoy, que con un enfrentamiento por reivindicaciones salariales, pese a las consignas oficializadas con la ruptura.

Moyano se distanció del oficialismo y el Gobierno se diferenció del sindicalista cuando éste multiplicó sus críticas al modelo económico (su reclamo más potente fue exigir la eliminación del Impuesto a las Ganancias para los asalariados) y cuando comenzó a acercarse al gobernador bonaerense Daniel Scioli, hoy convertido en un adversario por el oficialismo. El dirigente de Camioneros había sido un socio de gran peso y un aliado político clave para Néstor Kirchner la Presidenta hasta hace unos meses, durante los ocho años que estuvo al comando de la organización. Con Moyano y su sector retirándose del campamento oficialista, el Gobierno promovió un candidato próximo a sus políticas para manejar la CGT, pero pese a la presión que ejerció desde el Ministerio de Trabajo para obstaculizar el congreso que consagró a Moyano, debe conformarse con otra superestructura que apoye la gestión. La movilización que organizó en Plaza de Mayo y el mensaje que dio tras asumir el nuevo mandato ("habrá que pensar en cambiar el voto en 2013, si el gobierno no cambia") deben tomarse como pruebas de que el líder sindical ha virado hacia otra perspectiva política.

Corresponde preguntarse entonces si este movimiento estratégico en la central obrera responde realmente al interés general de los trabajadores. O si la actual organización gremial, tanto en sus variantes de federaciones, confederaciones o de sindicatos, regenteada por figuras reelegidas casi vitaliciamente, representa y gestiona cabalmente las aspiraciones de los obreros. Una ley de agremiación que responde en gran medida a los intereses de las cúpulas condiciona el andamiaje vitalmente democrático que debiera regir a estas organizaciones. Configurada a partir de la necesidad de Perón de motorizar un vínculo con los obreros, la CGT se ha ido transformando en una corporación poderosa e influyente ante al poder político, pero a veces lejos de las necesidades de quienes dice representar. Así, esta nueva división debe ser analizada en su justa medida, toda vez que un genuino liderazgo sindical nunca debe perder de vista su identidad y responsabilidad y sus propósitos que no son otros que la defensa de los intereses de los trabajadores.